Me gusta mentir. Seguramente, esto no es algo de lo que debería enorgullecerme; es más, creo que al hacer este tipo de afirmaciones, suele destrozarse el concepto que la gente tiene de aquél que hace público este tipo de afición. Todos tenemos nuestros pequeños vicios y nuestras manías; tal vez, ésta sea la mía y la más cínica de todas. Cuando era pequeña y tenía como nueve años, se me ocurrió engañar a mis amigas contándoles sobre una bruja que había visto en algún lugar de la primaria a la que asistía. Era todo muy fácil: unos cuantos hechos, unas buenas relaciones entre mis palabras y lo que pasaba en ese lugar habitualmente (ruidos, gente que caminaba muy rápido haciendo la limpieza y entre las bodegas del lugar, etc.), una amiga que me apoyó en todo momento para engañar a las otras niñas y, por supuesto, una cara de susto. Las cosas se salieron de control, y, al cabo de unos cuantos días, las niñas de otros años corrían a preguntarnos sobre la historia de la bruja. Realmente nunca voy a poder terminar de entender cómo tanta gente lo creyó, incluso viendo que éramos dos niñitas tontas; de todas formas, el asunto se hizo tan grande que la directora de el lugar, así como la maestra de mi grupo, nos mandaron llamar. Si no es por mis calificaciones (siempre he sido neurótica para las cosas de estudiar) y la intercesión de mi madre en la situación, seguramente me hubieran expulsado de la escuela. Yo no lo vi tan grave, creía que era una cuestión sin importancia y, sobre todo, muy graciosa. Debo confesar que el hecho me produjo semejante placer que creo que lo volvería a hacer, si tuviera la misma edad. Ahora, comprendo que eso de mentirle a la gente está mal (bueno, creo que es muy complicado) y he hecho un esfuerzo por no convertirme en una mala mitómana al paso de los años. Mis trabajos se han visto recompensados ampliamente; tanto, que he podido enorgullecerme de saber que existen personas a las que les digo toda la verdad y no me asusta (sí hubo un momento donde eso me asustaba mucho). De todas maneras, continúo con esas ganas de querer engañar a la gente y aún me tomo la molestia de hacer pequeñas bromas respondiendo cosas absurdas a quien me pregunta y le aprecio mucho; muchas veces, algunas de esas respuestas son explicaciones que yo me daría para X o Y cosa, sin saberlo de cierto. En fin, supongo que así, no le hago daño a nadie, y mi placer, a pesar de dárseme en pequeñas dosis, me agrada bastante. Aclarando más la primera oración, creo que no es que me guste mentir. No. me gusta engañar a la gente, y, si es necesario que mienta para engañarla, lo hago.
2 comments:
afirmas haber sentido un gigantesco placer cuando inventaste lo de la bruja y tanta gente lo creyó, ahora imagina cómo se sintió heidegger cuando escribió ser y tiempo
no lo se, yo digo ke mentir y decir la verdad es practicamente lo mismo, dependiendo de la forma en ke lo veas o dependiendo si se lo ceen o no, aparte engañar a las personas siempre ha sido muy divertido
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