Mujer alada extraña la tierra. La extraña como se extraña el cielo cuando se deja ver desde la caída. Cayendo. Desde el asiento trasero del auto que ya no tiene luces. Se precipita; sus piernas tiemblan. El horror se asoma. La muerte, la finitud, la masa, se vuelven concreto. La obscuridad me come. Y así, las luces se encienden, la noche se ilumina y deja ver cuán lúgubre es, cuán tenues son nuestras almas. Culpa. El auto sigue su camino. Seguí y ella se hizo mi constante compañera.
Me fui al agua. Mujer al agua extraña la tierra. Demasiada presión. Todo era tan denso que mis pulmones sólo pudieron explotar. La consecuencia del yerro había desaparecido y ella, seguía ahí.
Hoy. Alada sin temor de las plumas. Helada sin temor a la humedad. Ella y yo hemos decidido decirnos adiós. A veces, y sólo a veces, prefiero la noche.
Me dejarás dormir, al amanecer, entre tus piernas.